El lenguaje es un río que cambia su curso con el tiempo. Algunas palabras conservan su significado original, mientras que otras, arrastradas por la corriente de la historia, terminan en costas desconocidas. Tal es el caso de mediocre, una palabra que hoy se asocia con la mediocridad, la mediastinidad de la vida, lo insulso. Pero su origen es otro.
La frase aurea mediocritas, que podemos traducir como "dorado término medio", proviene del poeta romano Horacio. En su Odas (II, 10), Horacio elogia el equilibrio, la virtud de evitar los extremos: ni la ambición desmedida que lleva al colapso, ni la miseria que destruye el espíritu. En su tiempo, esta filosofía reflejaba un ideal de vida prudente y moderada, un camino de virtud entre la opulencia y la privación.
Pero las palabras rara vez permanecen prístinas. Con el tiempo, mediocris, que en latín simplemente significaba "en el medio" o "moderado", comenzó a adquirir un matiz peyorativo. Lo que en su origen era la búsqueda de un punto de equilibrio, con el paso de los siglos se convirtió en sinónimo de conformismo y falta de excelencia. En un mundo que premia lo extremo, donde la grandeza y el fracaso se gritan pero la moderación se susurra, la mediocridad pasó a ser la antítesis de la ambición.
Sin embargo, en su sentido original, aurea mediocritas es la esencia misma del pragmatismo. No es un llamado a la resignación, sino a la mesura. No es una excusa para la falta de esfuerzo, sino un rechazo a los extremos que destruyen. En la política, donde los dogmas y los populismos han convertido el debate en un espectáculo de gritos y banderas, el término medio sigue siendo una opción radicalmente subversiva.
Si Horacio viviera hoy, vería un mundo que ha olvidado la sabiduría de su advertencia. Un mundo que venera la exageración, donde solo los extremos capturan la atención. Pero también vería que hay quienes buscan recuperar el equilibrio perdido, quienes entienden que la grandeza no siempre reside en el exceso, sino en la claridad de propósito y la estabilidad.
No es mediocridad. Es sentido común. Y como todo lo valioso en la historia, es algo que debe ser rescatado.
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