Supongo que todo lo que voy a decir ya está escrito en la biblioteca de Babel, pero hoy no vine a hablarles de eso, vine a hablarles de su autor. Borges, el arquitecto del pensamiento, el hombre que construyó laberintos conceptuales donde uno se pierde y, de alguna forma, termina encontrándose.
Sin tu obra, el boom latinoamericano no habría sido más que un sueño sin forma. Diste las herramientas, el marco, el primer golpe que resonó en la literatura del continente. Sin esa interpretación metafísica de la realidad que plasmaste en tus textos, no habría existido la capacidad analítica para que escritores como García Márquez y Vargas Llosa concretaran su visión. Antes de que ellos pudieran imaginar pueblos fantásticos y personajes inolvidables, tú ya habías replanteado la esencia misma del tiempo, el espacio y el destino.
Lo curioso es que tus escritos tienen su contexto: Buenos Aires, las bibliotecas, los barrios y los cafés. Sin embargo, lo que emerge de ellos es intemporal. No escribías para la época, sino para quienes se atrevan a pensar más allá de ella. Tu mirada era filosófica, más cercana a un metafísico que a un narrador. Entendías que las historias son solo un medio, un vehículo para explorar las preguntas que realmente importan.
Fuiste más que un escritor que observaba el mundo. Fuiste alguien que desarmó la realidad, la tradujo en símbolos y la devolvió al lector como un acertijo eterno. Con cada página, nos diste un espejo donde ver reflejadas nuestras dudas, miedos y, sobre todo, la posibilidad de pensar diferente.
Así que gracias, Borges. No por darnos respuestas, sino por dejarnos con mejores preguntas.
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