En esta isla de mil cuentos, donde el humor es a veces nuestra única salvación, existen figuras que se levantan como faros culturales. Pero no todo lo que brilla es oro, y algunos faros proyectan luces que no son suyas, apropiándose de historias que no les pertenecen. Mi caso con Chente Ydrach, el autodenominado rey de la comedia puertorriqueña, es una de esas historias.
Hace media década, vi una oportunidad genuina: un creador con alcance, alguien que podía elevar una voz como la mía, un escritor con una historia única, una lucha real contra los fantasmas de la mente. Lo vi como alguien con la sensibilidad para reconocer la humanidad detrás del humor, alguien que podía representar lo que significa ser artista en el Puerto Rico de hoy. Pero lo que encontré fue una máquina de contenido más interesada en generar clics que en respetar al individuo.
Chente hizo prensa con mi caso. Aprovechó mi experiencia, mi lucha con una condición mental, y la moldeó a su narrativa. No para visibilizar una problemática seria, ni para elevar una conversación cultural, sino para alimentar su propio espectáculo. Yo no fui una persona, fui un recurso.
He sido paciente, porque entiendo cómo funciona la industria. Pero esta paciencia tiene un límite. Si no hay una rectificación, si no hay un mínimo gesto de respeto hacia la dignidad que se me negó, no quedará más opción que llevar esto a los tribunales. No por rabia, sino por principio.
Chente, te lo digo con claridad: no es demasiado tarde para rectificar. Pero si decides seguir bajando la mirada y fingiendo que nada pasó, estarás eligiendo un camino que no te beneficia ni a ti ni a los valores que dices representar.
La comedia puede ser un espejo, pero también puede ser un escudo. No uses la risa para esconder lo que sabes que está mal. Baja dos, Chentini, porque algunos de nosotros no estamos dispuestos a ser simplemente un "clip viral." Somos personas, y merecemos respeto.
Cordialmente de parte de toda la comunidad artística, Leo Eliseo.
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