Y allá, lejos de nuestra sociedad, vivían aquellos bárbaros que no valen la pena mencionar. Y ellos, desde su posición remota e indiferente, representaban una enorme amenaza para nuestra sociedad. Algunos soltaron sus armas al escuchar esto, la mayoría agarramos grandes armas de hierro. Y juntos en multitud marchamos hacia una gran flota que nos esperaba en el muelle de nuestra gran ciudad.
Navegamos a través de alta marea y tormenta, y atormentados nuestros soldados, enfermos y pálidos, desembarcamos en aquella tierra misteriosa y lejana. Y cómo esos habitantes eran bárbaros e inútiles, se justificaba proveerles su muerte y no se veía mal abusar de la viuda. Y cómo aquellos eran primitivos y desorganizados, se trajeron ingenieros de nuestra gran civilización para construir una gran réplica de nuestra tierra natal.
Cómo los nuestros habían luchado tan fuertemente por el imperio, se les cedió territorio dentro de las murallas de esta nueva colonia. Nos tocaba administrar la gran ciudad y aflojar la exportación de recursos y bienes hacia la capital. La población local, en cambio, les tocaba crecer el vegetal y carne que se consumía.
Como recompensa, la capital mandó un espejo de vuelta a la colonia, por su gran aportación, y el gobernador de aquella colonia vio por primera vez su reflejo. El gobernador envío de vuelta el regalo.
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