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Crítica al sistema educativo

Writer's picture: Leo EliseoLeo Eliseo

Cuando repaso mis años de formación en el sistema educativo, me encuentro con una sensación agridulce: fui parte de uno de los mejores programas escolares, con educadores calificados, libros al día y una infraestructura que muchos desearían. Sin embargo, a lo largo de ese proceso, se dejó en el aire una pregunta esencial: ¿qué sentido tenía tanta acumulación de información? Me hacían memorizar datos, fechas y fórmulas que raramente encuentro útiles en mi vida adulta. Mientras tanto, aquellas habilidades que verdaderamente sirven para desenvolverse en una economía plural —la capacidad de gestionar un negocio propio, de adaptarse a las nuevas necesidades del mercado, de pensar con flexibilidad y espíritu crítico— apenas entraban en la ecuación.


El problema no es la existencia misma de instituciones académicas ni la intención de formar profesionales altamente calificados. El punto crítico radica en cómo el sistema educativo prepara (o no) a las personas para una sociedad diversa y compleja. Seguimos alimentando la idea de que el sueño aspiracional se limita a ser abogado, doctor o ingeniero, sin ofrecer una perspectiva más amplia de la variedad de oficios, roles y aportes que sostienen la estructura económica y social. En este sentido, el discurso educativo suele insistir en una versión limitada del éxito, empujando a quienes no encajan en ese molde a sentir que su valor es menor.


Pensemos en ello: ¿por qué no se habla con la misma dignidad de oficios esenciales, aunque menos glamorosos a ojos de la clase media educada? Pienso, por ejemplo, en un joven que quisiera ser zapatero. La habilidad artesanal se puede perfeccionar, el dominio de la técnica es importante, pero ¿qué ocurriría si, desde la adolescencia, recibiera nociones de mercadeo, logística, administración de un pequeño negocio y estrategias de diferenciación en el mercado local? Ese zapatero tendría la oportunidad de no ser un trabajador precario, sino un profesional capaz de insertarse con éxito en la economía, agregándole valor a su comunidad.


El caso más extremo es imaginar a un grupo de trabajadores del servicio de recogida de basura visitando un colegio. Hablarían con franqueza sobre la importancia de su trabajo, de cómo la sociedad se sostiene en gran medida gracias a su labor diaria, que permite una calidad de vida adecuada para todos. Sin embargo, la mayoría de las familias, las mismas que sueñan con "el futuro brillante de sus hijos" en términos de títulos universitarios y prestigio profesional, se escandalizarían ante la sola idea. ¿No es éste un síntoma de que el sistema educativo, junto con las expectativas que lo rodean, está profundamente desconectado de las necesidades reales de la sociedad y de la dignidad intrínseca de todos los oficios?


Es urgente replantear la narrativa. No se trata de desvalorizar a los doctores, abogados o ingenieros, sino de comprender que la sociedad es una red compleja donde todos contribuimos de maneras distintas. El reto es liberar la educación del estrecho sendero que la dirige hacia un puñado de profesiones que, aunque importantes, no pueden suplir por sí solas la complejidad de una economía diversa. Si el sistema educativo no abre espacios para reconocer la nobleza y el potencial creativo de múltiples oficios, seguirá alimentando las mismas jerarquías laborales y el mismo desencanto del alumnado que, tarde o temprano, se enfrenta a una vida adulta en la que el éxito no depende exclusivamente de un diploma, sino de la capacidad de adaptarse, innovar y crear valor en múltiples dimensiones.


En definitiva, criticar al instituto educativo no es condenar la enseñanza, sino reclamarle amplitud de miras. Implica pedir que reconozca la diversidad de la comunidad que lo integra, que brinde herramientas para una formación integral y útil, y que revalorice la dignidad del trabajo, cualquiera que sea su forma. De esta manera, la escuela dejará de ser únicamente un espacio de memorización de datos estancos para convertirse en un semillero de individuos preparados no solo para las profesiones de siempre, sino también para construir los oficios, emprendimientos e ideas que el mundo de hoy —y del mañana— demanda.

 
 
 

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