En una isla bajo un cielo infinito, un volcán dominaba el paisaje: "El Durmiente". Silencioso por generaciones, su sombra gobernaba la aldea a sus pies, donde el temor dictaba tradiciones. Cada año, sacrificios humildes buscaban pacificar su furia dormida.
Un año, las lluvias destruyeron las cosechas, dejando a la aldea sin nada que ofrecer. En su desesperación, llevaron una ofrenda simbólica: un racimo de uvas pasas, un trozo de pan seco, y una vela encendida. El viento apagó la vela, pero el volcán permaneció en silencio.
La aldea, confusa, comenzó a cuestionar su relación con el coloso. ¿Era devoción o miedo heredado? Con el tiempo, los sacrificios cesaron, y el temor se disipó. Descubrieron que el volcán nunca había exigido nada; su furia pasada era solo memoria, y su silencio, indiferencia.
El Durmiente siguió inmóvil, mientras la aldea despertaba. Liberados de su sombra, construyeron un nuevo pacto, no con el volcán, sino con su propio valor. Enfrentaron el miedo y, en su lugar, hallaron la libertad.
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