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El Poder

Writer's picture: Leo EliseoLeo Eliseo

El poder es un concepto antiguo y omnipresente, pero a menudo malentendido. La palabra poder proviene del latín posse, que significa "ser capaz de". En su raíz etimológica, el poder no implica dominación ni control sobre otros, sino una capacidad intrínseca: la posibilidad de actuar, de ser libre, de ejercer la propia voluntad. Sin embargo, el concepto del término ha sufrido una metamorfosis a lo largo del tiempo, obteniendo una connotación que contradice su esencia original.


En su sentido más puro, el poder es libertad: la capacidad de decidir y actuar según el propio juicio. Pero, en el mundo moderno, el poder se ha convertido en algo distinto: una acumulación de control y recursos que, paradójicamente, termina por reducir la libertad tanto de quienes lo ejercen como de quienes se ven sometidos a él. Esta transformación del significado de la palabra ha dado lugar a una paradoja inquietante: cuanto más poder acumula una élite, menos poder real —menos libertad— tienen las masas.


La distorsión del concepto comenzó cuando el poder dejó de ser visto como una capacidad personal y se convirtió en un medio de control socio-político. En algún punto, se instauró la idea de que quien más poder acumula es quien más puede, pero esta visión ignora una verdad fundamental: el poder solo es efectivo en tanto permite la libertad de acción. Sin libertad, el poder es una ilusión, un peso muerto que oprime tanto al dominador como al dominado.


El poder, entendido como dominación, genera una dinámica destructiva. La acumulación desmedida de poder en unas pocas manos termina por debilitar el tejido social, creando sociedades desiguales y rígidas donde la mayoría pierde la capacidad de decidir por sí misma. Así, el poder que debía ser sinónimo de libertad se convierte en su antítesis: en cadenas invisibles que limitan el potencial de los individuos.


La historia nos muestra que la concentración excesiva de poder lleva inevitablemente a su propia destrucción. Cuando pocos controlan demasiado, las estructuras sociales se debilitan, se vuelven inflexibles y finalmente colapsan. Este fenómeno puede observarse en imperios, corporaciones y gobiernos que, al acumular poder, pierden la capacidad de adaptarse a nuevas realidades y terminan siendo víctimas de su propio peso.


Quizá una mejor traducción de posse no sea poder, sino libertad. La verdadera capacidad no radica en dominar a otros, sino en ser capaces de ejercer nuestra voluntad sin interferencias. Esta es la esencia del poder que conduce al progreso y al bienestar: un poder compartido, no acumulado; un poder que no oprime, sino que libera.


Si entendemos el poder como libertad, surge una nueva visión del mundo, una en la que la búsqueda no es dominar, sino empoderar. Empoderar a otros significa ampliar su capacidad de actuar, su libertad de ser. Esta es la clave para resolver la paradoja del poder: sustituir el deseo de control por el impulso de liberar, reemplazar el ansia de dominio por la aspiración de crear un entorno donde todos puedan ser capaces de realizar su potencial.


En última instancia, el poder solo tiene sentido si nos permite poder.

 
 
 

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