En la política puertorriqueña, pocas figuras despiertan tanto respeto y controversia como Thomas Rivera Schatz, apodado "El Tiburón". Su capacidad para maniobrar las aguas turbulentas del poder recuerda al gran orador romano Marco Tulio Cicerón. Ambos son, a su manera, maestros del discurso, guardianes de las instituciones y figuras polarizadoras que despiertan pasiones y temores por igual.
Rivera Schatz, como Cicerón, ha entendido que las palabras no solo son herramientas para persuadir, sino armas para construir y destruir carreras. Su habilidad para consolidar poder detrás del trono, fabricando figuras como Jennifer González, lo posiciona como el verdadero titiritero de la política boricua. Al igual que el senador romano, Rivera Schatz actúa como un estratega silencioso que sabe cuándo atacar y cuándo esperar. Si Cicerón defendía la república contra los conspiradores, "El Tiburón" protege su visión de un Puerto Rico anclado en los valores de su partido, aunque esa visión a menudo despierte críticas de quienes ven en él a un perpetuador del statu quo.
Sin embargo, al igual que Cicerón enfrentó a Catilina y vivió para ver la traición de César, Rivera Schatz ha visto a sus propios protegidos desviarse de su control. Jennifer González, su creación política, se deslizó hacia movimientos que muchos consideran errores estratégicos. Este paralelo es irónico: el maestro del poder, tanto en Roma como en el Caribe, siempre enfrenta el peligro de ser superado por sus propias criaturas.
Thomas Rivera Schatz, como Cicerón, es un reflejo de su tiempo. Ambos dominan el arte de la política, con todo lo sublime y lo decadente que esto conlleva. Y aunque sus métodos y objetivos sean cuestionables para algunos, nadie puede negar que, como el orador romano, su legado permanecerá como una marca indeleble en la historia de su isla.
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