En el gran teatro de la vida, todos los actores eran marionetas de un titiritero maestro. Cada uno seguía un guion estricto, sus movimientos precisos y predestinados. El joven actor, sin embargo, sentía el peso de la rutina. Una noche, al encontrar un hilo flojo, decidió liberarse.
Al cruzar el telón, el joven actor se adentró en un espacio sin límites ni guiones. Allí, comprendió que la verdadera esencia de su ser no estaba en cumplir un papel, sino en explorar lo infinito. El director, al hallar el escenario vacío, vio que el joven actor había desvelado una verdad esencial: la libertad auténtica surge al romper las cadenas del destino.
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