La carretera es la frontera. Entre el verde que promete quietud y el gris que exige velocidad, el puertorriqueño se mueve como un náufrago en su propia tierra. Del centro se parte en busca de oportunidades; de la ciudad, se regresa con el vacío de lo que no se encontró. Los "tapones" y los “boquetes” son un recordatorio constante: no importa a dónde vayas, el camino siempre está roto.
El campo es nostalgia; la ciudad, la ilusión de progreso. En medio, una generación atrapada entre lo que fue y lo que aspira a ser. La historia no cambia: seguimos lamentando, seguimos caminando hacia un horizonte que nunca se alcanza. Pero quizá la respuesta no está en llegar, sino en entender que el campo y la ciudad no son opuestos, sino un solo espacio, fragmentado, que refleja la lucha eterna de ser en Puerto Rico.
Comments