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Universus: originalidad desde una perspectiva ontológica

Writer's picture: Leo EliseoLeo Eliseo

La originalidad, ese concepto que tanto se alaba y tan poco se entiende, parece desvanecerse como humo en el aire denso de la era digital. Nos encontramos en un tiempo donde todo parece haber sido dicho, escrito o grabado; un tiempo donde las ideas fluyen y se entremezclan a la velocidad de un clic, pero, paradójicamente, donde pocos se detienen a contemplar las raíces de esas ideas. Nos gusta pensar que somos creadores independientes, pero olvidamos que somos piezas de un universus: un todo donde lo nuevo es siempre hijo de lo viejo.


En este universus, ser original no es crear desde el vacío, sino reinterpretar lo que ya existe. Aristóteles decía que "todo lo que está en el intelecto primero estuvo en los sentidos," y en este siglo, podría parafrasearse: "todo lo que está en el universo digital primero estuvo en el pensamiento colectivo." No hay obra humana que no sea una suma de influencias, un eco de algo más antiguo, una chispa encendida por una llama anterior. Asumir lo contrario no solo es ignorancia; es arrogancia.


La humanidad, desde sus albores, ha sido un remolino de ideas recicladas. Desde las tragedias griegas que inspiran a Hollywood hasta los tratados filosóficos que encuentran nueva vida en un hilo de Twitter, todo está interconectado. La aparente novedad de cada era no es más que un giro diferente al caleidoscopio del universus. Y, sin embargo, hay quienes se aferran a una definición mítica de originalidad, negando que su propia existencia es el resultado de millones de actos precedentes, visibles e invisibles.


La verdadera originalidad no es negar al pasado, sino dialogar con él. Cuando un escritor toma la pluma o un músico crea una melodía, lo hace desde un bagaje que no puede ser ignorado. En ese acto está la esencia de lo humano: la capacidad de reconocer que somos ríos que fluyen dentro de un cauce preexistente, pero que aún así buscan tallar nuevas formas en las rocas.


Por eso, la originalidad, en su forma más pura, es un acto de honestidad. Es reconocer que somos productos de nuestra época, de nuestra historia, de nuestras circunstancias. No hay creación aislada porque no hay pensamiento aislado. La más grande revolución intelectual, la más sublime obra de arte, siempre llevará las huellas de aquello que le dio origen. Como dijo Newton: “Si he visto más lejos, es porque estoy sentado sobre los hombros de gigantes.”


Pero el universus no es solo un registro del pasado; también es una red viva que conecta el presente con el futuro. Cada palabra que escribimos, cada idea que compartimos, se convierte en parte de ese tejido. Somos nodos en esta red infinita, y nuestra responsabilidad no es ser radicalmente originales, sino aportar con autenticidad. Porque, al final, el juicio no se hará sobre qué tan nuevo fue algo, sino sobre qué tan verdadero.


La verdad, después de todo, es el centro gravitacional del universus. Todo gira en torno a ella, aunque con frecuencia la confundimos con su reflejo. En un mundo saturado de información, la verdad no está en quien grita más fuerte, sino en quien observa con más profundidad. Y aquí está el verdadero reto: ser parte del universus sin perdernos en él. Encontrar nuestra voz, no para destacarnos, sino para contribuir al coro.


Por lo tanto, dejemos de lado la obsesión por ser originales en el sentido más superficial. En lugar de eso, esforcémonos por ser honestos, por ser genuinos, por ser conscientes del flujo interminable de ideas del que formamos parte. Porque, al final, no somos islas; somos constelaciones dentro de un vasto universus que, con cada acto de creación, sigue expandiéndose.

 
 
 

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